Quizá hemos olvidado con premura lo sucedido, y ahora estamos viendo el impacto psicológico de lo sucedido. Si el estrés ya era un término usado de forma coloquial en la vida cotidiana desde hace décadas, ahora, con la irrupción del Covid y sobre todo en la era post Covid ha adquirido mayor notoriedad : hemos puesto y vamos a poner prueba nuestros recursos personales y emocionales para gestionar desafíos que no estaban en nuestro mapa mental de la realidad.
Por un lado, la parte luminosa del estrés: sabemos que el estrés es la percepción del balance que hacemos entre demandas del ambiente (en este caso fue la pandemia, las medidas sociales e higiénicas, etc.) y mis recursos para hacer frente a esas demandas (en este caso cómo gestiono mis emociones, mi familia, mi situación laboral y económica…). Y en este balance, una buena parte de la población gracias a este mecanismo de adaptación y activación que es el estrés organizó de manera imaginativa su vida familiar, reorganizó no sin esfuerzo su negocio, se ha adaptado a las nuevas tecnologías para teletrabajar y así un buen número de logros que demuestran que ante un reto el estrés nos activa para dar solución a la incertidumbre de un enemigo hasta hace poco bien desconocido.
Por otro lado la cara oscura del estrés y el Covid. Para otra buena parte de la población las demandas y exigencias de ese entorno excedieron a sus destrezas y posibilidades. Es el estrés negativo o distresss que se manifiesta desde nuestro punto de vista de diferentes maneras. Desde una perspectiva puramente clínica:
-aumento del estrés postraumático: este estrés estudiado a partir de la 1ª Guerra Mundial y sobre todo a partir de la guerra de Vietnam tiene que ver con las secuelas que una experiencia trágica deja en nuestra emocionalidad y conducta. Las personas que ha sufrido el Covid y por extensión sus familiares han estado sometidos a una experiencia de este cariz, sumado a la imposibilidad de hacer en muchos casos un duelo adecuado. Los síntomas del estrés postraumático, flashback, pesadillas, alejarse de lugares, objetos o pensamientos relacionados con la situación traumática o el insomnio entre otros, deben según los expertos mantenerse al menos un mes después del evento traumático para corroborar este diagnóstico.
–aumento del síndrome del quemado o burn out: este tipo de estrés crónico e institucional se produce sobre todo en profesiones sonde el destinatario último del trabajo es otra persona (sanidad, docencia, servicios sociales, fuerza de seguridad). Los síntomas del burn out que permiten el diagnóstico de este trastorno son según Maslach el cansancio emocional (el profesional siente cómo se vacía su capacidad de entrega a los demás), la despersonalización (aparición de sentimientos y actitudes negativas y cínicas respecto del sujeto al que se da servicio) y realización personal (tendencia a evaluarse negativamente, a sentirse infeliz y descontento, consigo mismo y con su labor).
Si ampliamos nuestra mirada a la población en general se han concatenado las dos variables que sostienen un estrés agudo y crónico: por un lado no tener un horizonte temporal de finalización del estresor (la incertidumbre de hasta cuando llegaba la pandemia) y por otro lado no disponer de recursos para resolver la situación (estuvo en manos de los científicos, no en las nuestras).
En base a ellas ha habido otros fenómenos que impactaron en los niveles de estrés de millones de personas.
–el aislamiento: la limitación de movimientos del confinamiento puso a prueba nuestra resiliencia o capacidad de superar con aprendizaje situaciones adversas. Este aislamiento si fue familiar supuso poner a prueba la calidad de nuestras relaciones agravada por la incertidumbre del mercado laboral, de la dificultad para acabar los ciclos educativos o las dificultades económicas de muchas familias. En el caso de las personas que vivieron solas, están desde las que han agradecido este forzado parón, a las que tuvieron que manejar junto a las circunstancias citadas pasar este trance con su únicos recursos personales y emocionales.
Este aislamiento junto a las medidas legales de distancia social seguramente generaron en un porcentaje aun por determinar, el aumento de fobias específicas como la agorafobia (el temor a salir, a los espacios abiertos, al viaje) y la fobia social (dificultad para compartir espacios con otras personas o la evitación de aglomeraciones)
–la dificultad de la conciliación: sabemos en cuestión de semanas hubo multitud de organizaciones que se adaptaron a la carrera en el uso de tecnologías y plataformas para teletrabajar. Una realidad muy demandada anteriormente (la del teletrabajo) ha revelado dos caras: una, la de ver la posibilidad de que muchos trabajos son sostenibles en este formato, y otra, la dificultad en el caso del Covid de conciliarlo con la vida familiar sobre todo en los casos en los que además de teletrabajar, hay que atender a otras personas (hijos, personas mayores). Tanto las empresas (que a veces exceden las demandas horarias con la excusa de saber que podemos estar permanentemente conectados) como los trabajadores (que estaban aprendiendo una nueva forma de gestionar su labor) debemos ir ajustando procedimientos y hábitos para este nuevo paradigma.
En este sentido podemos aportar algunas pautas que, dentro de las circunstancias de cada cual, ayuden a gestionar mejor este formato laboral que en muchos casos ha venido para quedarse:
- Aprovechar el tiempo de desplazamiento para otras actividades: lo que antes era tiempo de tren, metro o coche bien puede ser empleado para actividades como lectura, deporte etc. Podemos tener un espacio inesperado para actividades que antes estaban más limitadas en nuestras agendas
- Preparación personal y del entorno: asearse o vestirse como lo haríamos si fuéramos a nuestro espacio físico de trabajo, nos predispone psicológicamente para la tarea. Asimismo, dentro de las posibilidades de nuestro hogar, cierta customización del espacio destinado a trabajo ayuda a ser más eficiente: pequeños detalles de decoración, silla adecuada o la mayor comodidad posible operan para hacer confortable la experiencia del teletrabajo
- No abusar del uso de plataformas: si antes caíamos en la adicción a la reunión, ahora corremos el riesgo de estar permanentemente conectados en plataformas como Zoom, Webex o Google Meetings. La dinámica es la misma que para las reuniones presenciales: sólo las precisas, con tiempos pautados y asistentes estrictamente necesarios
- Uso de los time-box: una pauta de los marcos de trabajo Agile, es trabajar con unidades de tiempo específicas. Como no disponemos de todo el tiempo preciso para acometer tareas de largo aliento, es más útil trabajar con “cajas de tiempo”, periodos de 30 a 60 minutos de concentración en tareas concretas, también como forma de conciliar con actividades ineludibles de la vida doméstica
- El orden: “si te ordenas por fuera te ordenas por dentro”, reza una máxima de la gestión del tiempo. Sin duda el orden ayuda a la concentración y al control de la tarea; trabajar en casa no tiene que suponer el caos en tu escritorio físico o virtual
- La importancia de las pausas: la regla 3-30, es decir pausas de más de 3 minutos (lo que necesita el cerebro para reiniciarse) y de menos de 30 (una desconexión muy larga nos dificulta volver a lo que estábamos haciendo) es una buena consejera para el teletrabajo
- Citas con uno mismo: al igual que nunca se nos ocurre cancelar una reunión de trabajo o una cita médica, los espacios para uno mismo (dentro de las posibilidades de cada uno) es conveniente que estén en nuestra agenda, y que sean tan inamovibles como las referidas al trabajo o a las responsabilidades familiares o sociales). Tiempo para aficiones, relax u ocio permiten volver con más energía y calidad al resto de ámbitos de nuestra vida.